A raíz de la espectacular escalada del bitcóin, llegando hasta cotas nunca vistas, podemos asegurar dos cosas. La primera es que el misterioso Satoshi Nakamoto no habría pensado que sus ideas podrían desembocar en esto; la segunda, es que la tecnología blockchain (cadena de bloques) ha llegado para quedarse.
Una blockchain es una base de datos distribuida, formada por bloques que dependen entre ellos para evitar su modificación y enlaza con el bloque anterior. Es inmutable, es descentralizada y, a través de un proceso denominado consenso, sus datos están confirmados. Hasta aquí una tecnología elegante. Trepidante. Poderosa. Y emergente.
Empecé a estudiar y trabajar con la blockchain hace unos meses. Creo que es una tecnología potente, más allá de las criptomonedas, entre ellas, el bitcóin.
Bajo mi punto de vista, el bitcóin es un elemento de inversión, descentralizado (y por ello, no sujeto a control de una determinada autoridad, con lo muy atractivo que puede resultar esto). También lo pueden ser otras criptomonedas. Sin embargo, son un ‘caso de uso’, es decir, una aplicación práctica de la tecnología (algo que otras tecnologías nunca han llegado a lograr o están en ello) que han probado su utilidad y su razón de ser.
Finalmente, blokchain (o como se recomienda utilizar en español, cadena de bloques) puede cambiar todo. O probablemente no. Pero podemos darle una oportunidad de cambiar algo, ¿no es cierto?
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